martes, 7 de junio de 2016

Deportes de riesgo

La actividad física es una de las mayores fuentes de felicidad que dispone el ser humano.

Como ya he dicho otra vez, mi hija empezó a caminar a los ocho meses y a correr aprendió un día después. Siempre que la miro suelta por el patio, recuerdo que mi madre me decía que yo nunca había aprendido a caminar, sólo aprendí a correr.

Cuando el clima ayuda, salimos a disfrutar del césped. Ya aprendió a lanzar con puntería el frisbee, a buscar hormigueros de cortadoras y a jugar al fútbol. Patea con ganas y driblea con soltura; también da unos abrazos que me derriban y derriten cada vez que grita un gol.

Puertas adentro los muebles tienen una disposición estratégica para formar una pista de triciclo. Puede recorrer toda la casa sin tropiezos, aunque tiene una curva tan cerrada que al doblar queda andando en dos ruedas (mientras escribo esto, miro al triciclo y trato de idear una forma de ponerle un par de rueditas extras).

Para generar un poco más de adrenalina, el deporte de riesgo del momento es rolar en familia sobre la cama de papá y mamá. Los tres al unísono damos vueltas con una sincronía perfecta. A veces a mi hija le gusta cambiar bruscamente de sentido despatarrándose por todos lados. En una de esas maniobras peligrosas, el empeine derecho toma de lleno mi cabeza y la fuerza de semejante patada me tira de la cama. Tirado de espaldas al piso veo asomarse a mi hija con una de sus famosas sonrisas compradoras, emite una breve carcajada y me grita GOOOOOLLLLL!!!!

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