miércoles, 30 de marzo de 2016

El poder de la música

La música, fue el idioma que más utilizamos para comunicarnos con nuestra hija mientras anidaba en el vientre materno.

Desde la música que utilizamos en la ceremonia de nuestro casamiento, hasta las canciones que escuchábamos en nuestra adolescencia fueron parte del extenso repertorio que compartimos con ella.

Por otro lado, desempolvé la guitarra, le compré cuerdas nuevas y empecé a aceitar los acordes. También compré una flauta y la aprendí a tocar por mi cuenta, a la semana se me ocurrió ver el manual de instrucciones y tuve que volver a instruirme. El teclado por suerte, fue como andar en bicicleta y todavía tocaba igual las melodías que acompañaron mi niñez.

Cuando nació, probé varias bandas para el momento de dormir. Para mi sorpresa, la única que funcionó fue Queen. Pero no me imaginen balanceándome al son de "Love of my life", sino bailoteando con "Crazy Little Thing Called Love" o "Don´t stop me now". Fueron meses inolvidables.

A medida que crece, desarrolla sus gustos musicales, un tanto exóticos para mi. Nunca fueron de mi agrado las canciones infantiles, pero a fuerza de escuchar y escuchar, mi prodigiosa memoria creó una nueva lista de reproducción lírica, que nos acompaña mientras estamos viajando, intentamos dormir o si queremos bailar.

Hoy canté treinta cuatro veces la canción del mamboretá durante el trayecto hacia el jardín. Alrededor nuestro, los pasajero iban cayendo en un desmayo onírico muy inusual. Entonces pienso que mi voz realmente sirve para dormir, pero mi hija se inmunizó; o se durmieron todos para dejar de escucharme excepto mi hija. La última opción me hace más feliz.

Aceptando que los gustos musicales no se heredan, me hace refleccionar y rezar para que mi hija tampoco herede mi ritmo para bailar ni mis cuerdas vocales para entonar. Pero si la perinola genética se ensaña con su voz, espero que al menos reciba mis ganas irrefrenables de cantar.


martes, 29 de marzo de 2016

Cocinando juntos

Hoy preparamos empanadas dobles de choclo amarillo, huevo batido y queso (con una pizca de pimienta de cayena triturada y nuez moscada) y mi hija ofició de ayudante de cocina.

Mientras se enciende el horno para precalentarlo, está permitido jugar a apagar las velitas y cantar algunos feliz cumpleaños, nunca está de más.

Si bien las latas son definitivamente más prácticas; separar los granos del choclo puede ser gratificantemente divertido. Si elegimos la opción número uno, al menos usar un abrelatas clásico de agarre doble y rueda dentada, para que el momento sea participativo. Si seguimos con el desgrane, podemos utilizar las manos o un cuchillo para niños sin filo. Si repentinamente comienzan a granizar granos, irremediablemente usar aspiradora, éstos se pegan tanto al piso que el uso de la escoba puede ser un poco frustrante. Colocamos los que sobraron en un cuenco; pero si el picoteo previo, el intento instintivo de amasarlos o la mala puntería hacia algún objetivo aleatorio nos dejaron tempranamente sin parte del relleno, recomiendo fervientemente repetir los pasos anteriormente descriptos. Una lata con sistema abre fácil, puede ser efectiva y lúdica, más si a esta hora las verdulerías están cerradas.

Al romper los huevos, debemos convencer previamente a nuestra partenaire de que no lo ejecute arrojándolos con fuerza sino con suaves golpecitos contra el canto de un material duro, también hay que recomendarle que no suelte el mismo cuando la clara le moje los dedos. Después de volver del almacén con media docena más, me inclino a que el batido se enroque por un agitado enérgico dentro de la seguridad de un tupperware bien cerrado.

Para que el resultado final se parezca a una cena, es imperativo empezar a cocinar una hora y media antes de lo previsto, si se tarda demasiado, se puede llegar a confundir con un desayuno madrugador.

Disponemos algunos discos de empanada sobre la fuente o pizzera, nos encargamos de recuperar con el amasador los discos que previamente hayan terminado con agujeros formando una cara alegre. En caso de que se creara una superbola con varias tapas de empanadas, amasar enérgicamente y probar hacer un calzone relleno de banana, dulce de leche y nuez. Desde ya aclaro que la receta del postre mencionado no está incluída.

Al rellenar, primero van los granos, el condimento, luego una capa generosa de queso. Tapamos y repulgamos dejando una abertura de dos centímetros de diámetro. Introducimos una porción de huevo agitadísimo, hasta la mitad, evitando que nos rebalse y las dejamos apoyadas inclinadas en el borde para que llegue hasta el fondo.. Siendo este paso tan crítico, es vital ser nosotros los actores y el resto espectadores. Digo el resto, por que a esta altura debe estar toda la familia pululando alrededor de la cocina, tratando de olfatear el menú.

Al aplicar los condimentos, lo primero es la prevención. Abrimos la caja de herramientas, nos colocamos sendas antiparras protectoras, barbijo para evitar la tentación de oler o probar y guantes de látex para que cuando le de sueño no se trasfiera picante a sus glándulas oculares. En algunos casos, abrir la caja de herramientas puede desviar la atención y que se empiecen a usar los destornilladores, las llaves y el martillo. Si esto sucede, implica que deberemos lavarnos las manos después de intentar varias veces guardar todo  antes de continuar.

Si estás siguiendo todo al pie de la letra, no te enojes, en realidad me doy cuenta que conviene precalentar el horno justo en este momento, no hace dos horas.

Terminamos de cerrar el repulgue y en quince minutos deberían estar.

Como nos dio hambre en el camino, picamos unos sanguchitos de jamón y queso, nunca está de más tener un sandwich bajo la manga. Las empas quedaron para mañana.

Canciones para cantar y bailar

Hoy no hay tiempo para escribir, pero si para cantar y bailar.....





domingo, 27 de marzo de 2016

Tácticas y Estrategias

Cuando dejar de insistir es el mejor remedio.

Fiebre alta, falta de apetito y una molestia apenas perceptible en el oído derecho. Eran casi las dos de la mañana, a mi entender, la mejor hora para ir a la guardia pediátrica. A la madrugada, casi nadie va a la guardia, si es una verdadera emergencia el protocolo es otro. Entre los beneficios principales, podemos destacar que no hay otros chicos, esto se traduce en que se reduce drásticamente la posibilidad de que mi hija se pueda contagiar de algo nuevo durante la espera, espera que obviamente es casi inexistente, factor por el cual volveremos con mayor celeridad al cobijo de nuestra casa, dado que el tráfico típico de hora pico está descansando en algún garage.

Luego de escuchar su nombre, mi hija se acerca a la puerta del consultorio y golpea tres veces, le sonríe a la doctora, se trepa hasta la camilla y se acuesta. Si bien es algo que esperaría de mi hija, me quedo atónito cuando, abre la boca y saca la lengua al momento que la doctora se acerca con su mini linterna. Para seguir sorprendiéndome, gira sin su cabeza para que le revisen sus oídos y levanta su remera para que la ausculten. Todo esto sin resistirse y con una sonrisa.

No existe táctica ni estrategia que pueda comprar un momento como este, fue la primera vez que no se resistió a un control médico. Mi buena fortuna me acompañó hasta llegar a casa, mi hija me acechó desde que entramos hasta que preparé el antibiótico abananado y se acomodó en el sillón con su dosis de felicidad, a degustar hasta el fondo una pronta recuperación.

El otro día empezó tres horas después con 39° C de temperatura, le siguió un baño tibio con el agua a 37° C que voy bajando gradualmente hasta que llega a los 30° C. Pero el verdadero desafío, fue el momento de darle el antitérmico. Luego de media hora de seguirla hasta cada rincón de la casa, se recluyó en su cuna a jugar. Diez minutos después me llama preocupada porque su peluche preferido se atoró en el barral de la cuna.

Me acerco pensativo, miramos juntos el problema y le explico que papá se va a encargar de resolver la situación. Disimuladamente, le pido que me sostenga el vasito dosificador y dedico todos mi esfuerzos a rescatar a su osito. De reojo, miro a mi hija que con cara de curiosa preocupación, estiraba su cuello para ver las maniobras de rescate apoyando su codo derecho sobre el respaldo. Molesta porque tenía la mano ocupada, se toma el contenido del vasito y lo deja apoyado por ahí.

Respiro aliviado y al segundo empiezo a imaginar un escenario parecido dentro de algunas horas. Aunque la realidad es que con mi hija, las estrategias, nunca funcionan una segunda vez. Mi única táctica es quererla y acompañarla con una paciencia omnipresente e infinita.


viernes, 25 de marzo de 2016

Oferta y demanda

En los momentos difíciles se ve la verdadera naturaleza de las personas.

Luego de un día largo, dinosaurios a la mañana, mediodía con su primo, pequeña siesta en lo de la tía, salida grupal a una de las librerías más divertidas que existen, culminando en una plaza blanda muy entretenida de centro comercial. Mi esposa que aprovechó nuestra salida para adelantar trabajo de la semana en casa, me mensajea que un diluvio anegador se acerca rápidamente hacia nosotros.

Hago un escaneo mental del cargamento de mi mochila y me reconforta que el paraguas y el piloto de ella estaban tildados con verde.

Miro a mi hermana y el cansancio se le caía de los ojos como a mí. Le guiño, hago un cabeceo silencioso y enfilamos disimuladamente hacia la salida. La lluvia nos empezó a llamar por teléfono, era mi esposa comentándome que en la tele mostraban a la tormenta veraniega casi encima nuestro.

Saco el paraguas del bolsillo del pantalón (sí, cerrado entra en un bolsillo), me acomodo bien la mochila, upa a mi hija en el brazo izquierdo, SUBE por las dudas en el bolsillo frontal izquierdo de la camisa, protector cenital abierto en la mano libre. Nos despedimos rápido y sin mucha ceremonia en la esquina.

Mi hija me libera del paraguas para tener el llamador de taxis disponible. Pero un domingo a la tarde normal, no hay taxis porque nadie los quiere, no hay necesidad de apurar a un domingo porque nadie quiere que el lunes llegue.

Nos resguardamos en la parada de un colectivo y nos subimos al primero que pasó, para hacer escala más adelante. Unos minutos después, parecía que estábamos arriba de un bote en el Tigre.

Para nuestra suerte, el sentido del camino iba a contramano de la tormenta. Cuando nos bajamos, si bien no llovía tanto, el agua seguía drenándose.

El taxi era el objetivo, nos paramos cerca de la esquina levantamos la mano para parar uno que parecía vacío pero siguió de largo. Una señora atrás mío protestó porque no paró y al rato la veo pararse cinco metros delante nuestro.

Un trueno, hizo que todos en la calle miráramos hacia arriba. Miro a la señora, cuento hasta diez y me ubico seis pasos delante de ella. Empezó a garuar, mi hija no resistía más la tentación de chapotear en esos apetitosos charcos e inició una competencia de saltos a upa de papá.

Diez minutos después, la guerra fría con la roba taxis nos llevó hasta casi la otra esquina. Cambio de táctica y haciendo gala de una diplomacia encantadora, le ofrezco compartir el primer taxi que aparezca; me mira raro, me hace una mueca y se da vuelta. Nuevamente, entablo otra conversación  y mientras me ofrece una negativa elocuente y tajante; veo que dobla un taxi vacío.

Con la mejor cara de poker, la dejo con su perorata, me adelanto unos pasos con la mano levantada, abro rápido y nos subimos sin mediar palabra. Estaba tan acalorado y transpirado, que abro un poco la ventana para respirar con ganas, luego de las indicaciones arrancamos. La inocencia de mi hija fue la frutilla del postre, con todo su entusiasmo característico agitaba su mano y le gritaba ¡Adióóóósssss!

jueves, 24 de marzo de 2016

Un sueño hecho realidad

Mi maestro de poesía siempre nos repetía, que durmamos con el anotador abajo de la almohada, así podíamos transcribir nuestro sueño al despertar antes de olvidarlo.

Lamentablemente nunca lo hice y muchos sueños épicos que tuve a lo largo de los años, se perdieron como un recuerdo que nunca existió.

Una noche, a casi seis meses del nacimiento de mi hija, soñaba que le estaba escribiendo a ella uno de los más bellos poemas de mi vida. Lo más interesante fue, que mientras lo escribía, me repetía a mi mismo en el sueño que lo memorizara para no olvidarlo al despertarme.

Una fuerza desconocida me dio un cachetazo onírico que me levantó de la cama con una lucidez inaudita. Eran las 3 de la mañana y había tanto silencio que escuchaba la respiración de mi esposa a mi lado y la de mi hija en la otra habitación turnándose como en un susurro colectivo y melódico.

No tengo mucho más para contar de esa noche, salvo que me encontré a las seis de la mañana con un libro de poemas para mi hija terminado. La historia de como llegó a ser lo que es hoy será para otra vez.

Si alguno quiero leerlo...

https://goo.gl/VX4vyl


martes, 22 de marzo de 2016

Salimos a girar

Es difícil encontrar lugares para pasear cuando los niños son tan pequeños.

Antes de cumplir un año, ya dominaba las artes de correr, trepar, subir escaleras, chapotear charcos de lluvia y de escuchar selectivamente. La casa y el patio de casa ya le quedaban chicos, entonces comenzamos a buscar lugares que ayuden a encauzar su temprano desarrollo.

Por momentos nos sentimos muy solos durante la búsqueda, hasta que encontramos algunas actividades prometedoras. La mayoría de los lugares que visitamos tenían la virtud de que un gran comunicador había fabricado un anzuelo publicitario perfecto, pero más allá de la decepción, entendí que el contacto con sus pares era esencial.

Pasaron varios meses y la anotamos en el jardín maternal, pero en lista de espera, entonces tuvimos que adaptar nuestras necesidades a la oferta vigente y probar lugares hasta encontrar el ideal.

Visitamos varias calesitas en el último año. La peor fue en la que vi al calesitero dorar sus dedos con una buena rascada, antes de agarrar el sortijero. Salté como un león para rescatar a mi princesa de semejante situación. Mi hija lloró todo el viaje de vuelta, con berrinches angustiantes y gritos ensordecedores. Si ven alguna vez a un calesitero panzón, corran.

La mejor era atendida por el tataranieto del abuelo de Heidi, pelo canoso y cara de bonachón, su esposa atiende la caja, no la conozco mucho pero podría interpretar fácilmente a la abuelita de caperucita roja. Fuimos varias veces y aunque siempre costaba irnos, pasábamos un largo momento de serena felicidad. Un día, fuimos en un horario raro y éramos los únicos clientes. A la octava vuelta, me ofrece enseñarle a mi hija a sacar la sortija. Mi primera reacción fue decir: ¡Pero es una bebé todavía!. Él se sonrió y juntos pusimos manos a la obra. El primer intento la saqué yo para mostrarle cual era el objetivo. El segundo y el tercero, se le escurrió la sortija entre los dedos. Del cuarto al décimo intento nos ganamos otra vuelta más, o eso quise creer yo.

El bonus track se lo lleva una calesita anunciada como de época criolla y gratuita, fuimos tres veces y siempre cerrada. Si alguna vez la ven abierta, chiflen, nos quedamos con ganas de subir al carro lechero.

Las calesitas son un buen lugar aunque el efecto es efímero. Tan efímero como la regla de tres simple. O sea, el resultado final de las ganas de mi hija, multiplicadas por el presupuesto diario y todo eso divido por el cociente entre el valor de la entrada y la cantidad de giros. Pero las matemáticas fallan cuando el boleto es capicúa, ese boleto dormirá para siempre escondido dentro de una oscura billetera abarrotada de recuerdos.

Dejando el pañal Tomo II

Desde la prueba de fuego en la exposición de dinosaurios, en general las visitas con mi hija al baño de damas en lugares públicos fueron sin contratiempos. La mayoría de las veces los baños están vacíos. Otras veces hay mamás o abuelas copadas, que nos regalan una sonrisa cómplice, haciendo que el trámite tenga carácter de hábito socialmente correcto.

Igualmente, cuando tenemos la suerte de que la locación disponga de un baño para personas discapacitadas, que generalmente es el lugar donde se encuentra el cambiador de bebés, no lo pienso dos veces. Esos días mi cerebro recibe una dosis de endorfina extra.

Hace un mes, fuimos de shopping con su abuelo paterno. La empleada que nos atendió, se fue a buscar algunos pares de zapatillas a la Antártida. Quince minutos cronometrados después, la campana del pipí empezó a repicar.

Un poco más canchero, con mi hija a upa, solicito a la cajera muy elocuentemente,  las indicaciones para llegar a la zona de sanitarios. Para mi felicidad, los mismos se encontraban justo enfrente del local. Mientras nos encaminamos, escribí un memo mental que archivé en el pilón de pendientes, para que en la próxima visita a un centro comercial, localizar los sanitarios sea la prioridad al entrar.

Al asomarme por el pasillo, veo un panel enorme que estaba señalizado con la palabra nenas al lado de la entrada al baño. Con mi hija saltando de ganas, traté de analizar las situación tranquilamente, pero sólo me quedó tiempo para pensar: "¡Qué baño de chicas más canchero!".

Cuando hago las primeras maniobras de reconocimiento, sentí que estaba dentro de esos sueños donde todo es posible. Enseguida, entré apurado sin pedir permiso al baño de peques. El mensaje era claro, lavamanos a 40 o 60 cm de altura y todos los inodoros tamaño jardín de infantes.

A medida que mi hija seguía el curso natural de sus actividades, a mí me dieron muchas ganas de darle un abrazo al arquitecto o ingeniero que ideó este sanitario familiar.

Saliendo hacia los lavamanos, una señora me mira fijamente con cara de odio e indignación. Yo respondí por unos segundos con una cara de duda y terror. Volví a unir todos los hilos, puse una cara de odiosa suficiencia (que debo admitir disfruté un poco) y con mi mejor imitación de locutor dije: "Este es el baño para niños, osea, para chicos y chicas y yo entré para acompañar a mi hija bebé". La mujer no supo que responder, pero a medida que midió mentalmente los inodoros y notó que estaba demasiado inclinada para que el agua llegue a sus manos; su cara pasó de un blanco marfil a un colorado picadura de hormiga.

Dejó de mirarme fijo a los ojos y sacudiéndose el agua de las manos, salió como flotando hacia el baño de damas. Cuando salimos, me detuve a admirar más tranquilo el panel de entrada. Arriba decía chicas y abajo medio escondido decía chicos, di media vuelta y un aire de reivindicación levantó una sonrisa disimulada en mi cara.

lunes, 21 de marzo de 2016

Mascotas apropiadas

El peso de nuestra historia empuja nuestras decisiones.

De niño tuve una perra que me acompañó por casi veinte años y fue muy triste la despedida.

Más adentro en el tiempo, a mi esposa y a mi, nos adoptó una bolita de pelos asustada que encontramos agazapada contra nuestra puerta una madrugada lluviosa. Fueron casi tres meses hermosos, hasta que la tragedia, golpeó el espíritu indomable de nuestra mascota.

Mi hija enciende todos sus motores de felicidad cada vez que se cruza con un perro, pero el peso de mi historia, se niega todavía a abrirle las puertas a mi corazón canino.

Buscando otro tipo de mascota apropiada para los niños, encuentro en internet al candidato ideal.

Al otro día, nos fuimos a una tienda de mascotas a confirmar si era una buena elección. Volvimos a casa con una caja de más, alimento balanceado  y la ansiedad de mi hija.

Fabriqué un cubil con todas las comodidades necesarias, dispensador de agua y comida automático, ventilación apropiada, reparo contra vientos fuertes y una sección seca para descansar con aires de suite.

Mi hija corría, jugaba, acariciaba, abrazaba; pero la delicadeza extrema de este tipo de animal se enfrentó al exceso de amor que ella tenía para ofrecer.

Al cabo de una semana, salió un retiro voluntario forzoso y conseguí un lugar adoptivo permanente.

Seguramente esperaremos un año más para intentar integrar alguna otra mascota a nuestra familia.

PD: Los bichos eran dos, una pareja. Desconfíen del vendedor que les diga que a este tipo de animales no les gusta estar solos. Una pareja, implica también doble cantidad de popó para limpiar, pasaron dos semanas y todavía la encontraba escondida por ahí y por allá.

PD2: La casa adoptiva permanente, paso a ser transitoria, los mismos problemas que en casa, más el plus de que varias plantas de aromáticas pasaron a mejor vida.

PD3: La próxima, voy a comprar una jaula primero.  El cubil, al parecer, tenía varias salidas de emergencia, insisto con los regalitos en lugares insólitos.

PD4: Nunca conocí a los terceros en discordia, pero al parecer tienen campo y una huerta con cerco.

Aunque parezca una historia triste, hay algo muy positivo que puedo rescatar. Los conejos comían tanto pasto, que esa semana no lo tuve que cortar.

domingo, 20 de marzo de 2016

Los juegos que compartimos juntos

Es un lindo momento cuando descubro juegos o actividades que disfrutamos los dos.

El primer lugar debería estar ocupado por la burbujorología. En los últimos meses, desarrollé esta ciencia al punto de volverme casi un experto. Todavía recuerdo con cierta vergüenza el día en que se me ocurrió mostrarle a mi hija cómo eran las burbujas. Busqué durante una hora un pedazo de alambre, era tan grueso y estaba tan oxidado que a duras penas pude armar algo parecido a un círculo primo segundo de un triángulo. La mezcla de agua jabonosa era pésima, las pompas apenas duraban un pestañeo, el índice de natalidad daba escalofríos y el tamaño seguramente no alcanzaba para participar en ningún campeonato vecinal.

A pesar de ese vergonzoso inicio, mi hija irradiaba felicidad. Saltaba para agarrarlas, las soplaba para que no caigan, las perseguía hasta que se desvanecían y muchas tardes desde entonces, las animamos con frágiles esferas de jabón.

La historia de la burburología familiar desde sus inicios arcaicos ha pasado por varias etapas. La Era del Alambre y el Detergente, caracterizada por un empate técnico entre la prueba y el error. Seguida de la Era de la Revolución Burburológica, necesaria ante la seguidilla de fallos de la artesanía parental, la adquisición compulsiva de mini fábricas de burbujas asoló de heridas jabonosas los pisos de nuestra casa. La Era de La Pompifanía fue una verdadera revelación; una mezcla de casualidad, ingenio y curiosidad.

Durante su usual baño vespertino, mientras homogeneizaba mis manos con shampoo J&J formé sin querer un círculo con los dedos pulgar e índice, y quedé perplejo, admirando como se materializó dentro de este círculo, una fina película de agua jabonosa. Lo único que recuerdo luego de ese instante, fue que todos mis pensamientos estaban enfocados en fabricar un perfecto, suave, constante y enérgico soplido.

Todavía puedo dibujar con mi imaginación la cara de asombro de mi hija ante esa super burbuja de casi 25 cm de diámetro. Quedó suspendida un segundo interminable, segundo en el que mi hija tomó el impulso suficiente para saltar de la bañadera llena de agua con su brazo extendido, decidida a capturar a su presa.

Todo recuerdo inolvidable tiene un momento especial que usamos de ancla en nuestra memoria. En este caso no hay dudas, que el ancla, fue la gran cantidad de agua que me empapó y cubrió el piso del baño, cuando mi hija finalmente, acuatizó.



viernes, 18 de marzo de 2016

Cincelando el futuro

...hay que subirse al tren de sus sueños...

Algo que me desvela seguido es el futuro de mi hija. Estoy muy atento a las pequeñas señales que muestren alguna inclinación de ella hacia algún gusto en particular sobre alguna actividad que esté realizando.

Ayer estaba absorta en la construcción de una torre con bloques de madera de un Jenga en deshuso. Cuando la construcción sobrepasó los 50 cm mi entusiasmo se perdió con la imagen de ella rodeada de planos, maquetas y una mesa de dibujo técnico. Al segundo, un cortocircuito en la imagen me avisa que mi sueño es arcaico. Entonces trato de redibujar el cuadro, imaginando a mi hija trabajando en unos planos en dos cumputadoras al mismo tiempo... resoplo orgulloso.

La miro mientras contempla contenta su creación, y de repente empieza a patear los bloques, les salta encima y los separa lo más lejos posible a uno del otro. Yo intento imprimir una cara de enojo, para que entienda que a papá le parece mal lo que hizo pero que no la asuste demasiado. Pero mi hija, con sus dos años y pico, ya es más astuta que yo. Se acerca corriendo, se para sobre mis rodillas y alineando sus ojos con los míos, me sonríe...

Mientras su sonrisa contagiosa se niega a dejarme, veo que se abre otra ventana hacia el orgullo paterno. Luego de buscar y buscar encuentro la Universidad de Ciencia y Tecnología de Ingeniería en Explosivos de Missouri.

Entonces cierro los ojos y la veo saltando y bailando de felicidad luego de demoler el grandioso edificio que ella había construido, en mi sueño anterior.

Heredando gustos y sabores

Hoy la tormenta madrugó antes que yo, son las seis y el mini diluvio no amaina. Tiro al aire un dado mental que siempre cae del lado donde están los panqueques.

Para cocinar tranquilo a esta hora de la mañana, lo ideal es no hacer ruido, por eso se me escapa una mueca rara de los labios cuando al romper la cáscara del huevo siento que superé la máxima de decibeles permitidos. Oriento rápidamente mi oreja derecha hacia las habitaciones y me quedo quietito hasta que alguien cambia abruptamente de lugar en la cama, espero unos segundos y el aroma a manteca a punto de quemarse me obliga a seguir más sigiloso que antes.

No hay mayor felicidad al cocinar que la aprobación fehaciente de los comensales. Esto nunca funciona si es tácito, debe haber un claro y directo indicio de que la comida servida es lo que el otro estaba esperando. Mi hija es una especialista nata en este sentido. Desarrolló tempranamente un modo de aprobación compuesto de una M sostenida que empieza con una nota aguda y luego de tres segundos culmina con una relamida de labios y una autocaricia sobre su pancita.

Para felicidad de mis necesidades culinarias, mi hija se deleita cuando la despierto con el olorcito a panqueques con dulce de leche. No fue fácil introducir esta comida en su menú. Durante los primeros intentos descubrió que se podían desenrrollar y el dulce de leche estaba a disposición sin intermediarios. Imaginen un doble eclipse facial producido primero por el panqueque y luego por el dulce de leche.

Esto me enseñó dos cosas importantes, hacer los panqueques para ella más pequeños y poner una mínima capa apenas visible de dulce de leche sobre el mismo. Ahora los come como una lady.

Cuando la senté a desayunar me anoticio que no quedaba más dulce de leche...

El reemplazo fue mermelada de arándanos y a modo de protesta me devolvió medio panqueque cubierto de mordidas aleatorias, claro síntoma de que estuvo buscando el tesoro y nunca lo encontró.



jueves, 17 de marzo de 2016

Dejando el pañal - Tomo I

Empiezo a escribir y ya me río solo, mi hija se acerca a ver de que me estoy riendo en la computadora. Pero no hay nada de su interés, me mira de reojo, como si le estuviera escondiendo algo. Enseguida, se me trepa y le empieza a pasar el dedo por la pantalla. Por suerte la compu, es más vieja que ella y no responde a sus comandos dactilares. Me pongo melancólico y pienso que tal vez ella nunca llegue a necesitar a aprender a usar el mouse.

Volviendo a mi recuerdo, me sonrío disimuladamente para no desconcentrarla mientras arma y desarma su rompecabezas del oso panda.

Cuando volvimos de nuestra escapada a la playa durante las fiestas, al llegar a casa pasaron tres cosas que me motivaron a decidir que era el momento ideal. No teníamos más pañales, no tenía ganas de salir a comprar y mi esposa tampoco. También hubo algunas señales que potenciaron la decisión; en la costa, compramos un pack de papel higiénico decorado con animalitos de colores que estaba de oferta y nos trajimos a casa los rollos que sobraron, otra motivación fue que ella ya retenía durante la noche desde hacía un mes, por otro lado también veníamos trabajando en una celebración en la que le mostrábamos que el popó del pañal se iba por el inodoro y empezó a avisar que había hecho. Pero insisto en que la razón principal fue que el plazo fijo de pañales se había diluido.

Una de las cosas que nunca pensé cuando estaba embalado en que dejara el pañal fue que iba a hacer cuando saliéramos a pasear solos con mi hija y me pidiera hacer pipí. (En realidad, sí lo pensé pero para otro escenario, que quedará para otro blog supongo)...

En nuestra primera salida solos desde que había dejado el pañal, fuimos a Buenos Aires a una exposición de dinosaurios. Todo muy lindo, hasta que me pidió ir al baño...

Previamente me había instruído en lo socialmente correcto para este tipo de situaciones.
Así que cuando me asomé tímidamente a un baño abarrotado de mujeres, asegurándome de que mi hija esté en primerísimo primer plano, susurré que mi hija necesitaba ir a al baño, que si no les molestaba que pasara con ella. Obviamente nadie me escuchó, entonces modulé mi voz en una mezcla de locutor-barítono y macho cabrío, y dije susurrando un poco más fuerte dirigiendo mis vocablos a la mujer con más edad dentro del baño:" Disculpe mi hija mujer(sic) necesita hacer pipí, ¿le molesta si paso con ella?.

La mujer me miró fijo y luego barrió su mirada a los ojos de las otras mujeres dentro del baño como buscando aprobación. Un silencio repentino evidenció que todas habían escuchado mi solicitud. La mujer lejos de comprometerse con mi situación me dijo: "Creo que que al fondo hay un baño desocupado... no sé..." y luego las palabras mágicas... "Pasá". Entré como burro de carrera, tratando de no fijar la vista en nadie, apurando el paso. Entré luego al cubículo con inodoro, cerré la puerta con el talón izquierdo mientras ayudaba a mi hija con el pantalón e inspeccionaba el inodoro. (Siento decir y espero que no se ofendan, (y espero que en el futuro algo me demuestre lo contrario), los baños de mujeres son tan sucios como los de los hombres).

Terminada la faena treinta segundos después, mi hija saludaba al pipí que se arremolinaba hacia un paseo largo y misterioso. Con la punta de la zapatilla abrí lentamente la puerta, pero un escalofrío me paralizó y cambió la expresión de mi cara, el baño estaba tan vacío que me sentí dentro de una película de terror. Cuando dejé de preguntarme cómo desaparecieron tan sigilosamente, avancé muy lentamente. Mientras le lavaba las manos a ella, por el espejo vi que una mujer que no pudo escapar a tiempo, me espiaba a través de la puerta apenas entreabierta de su cubículo. Cuando se dio cuenta que la estaba mirando, cerró rápido; fue mi excusa para salir apurando el paso.
 Por las dudas, tal vez por inundar mi adolescencia de películas de miedo, miré un par de veces hacia atrás y aceleré el paso, una vez más.

Mi hija y yo

Desde que nació mi hija hace poco más de dos años, viví situaciones que, ahora que me puedo dar el lujo de sentarme a rememorar, mi yo de hace 5 años encontraría insólitas e inverosímiles, pero que el distanciamiento con el hecho hace que hoy parezcan divertidas.

Mientras tomo coraje de intentar darle forma de letras a los recuerdos, mi hija me requiere más de lo habitual. Si bien desde que nació siento que ella se está preparando para irse y emanciparse lo antes posible, por ahora me necesita para casi todo. A veces siento que soy una extensión de sus extremidades, a cada obstáculo que le presenta la vida, papá sirve para sortear los problemas o sus limitaciones. Por más que me duela, siempre que sea posible le enseño a pescar, y ella se regocija cada vez que siente que me necesita un poco menos.

Lo primero que recuerdo haberle intentado enseñar y que ella aprendió al instante, fue a bajarse de forma segura de la cama de mamá y papá. Cerca de los seis meses ya se paraba sola, también intentaba gatear y le resultaba más fácil hacerlo hacia atrás. Como le gustaba mucho rebotar en el colchón, se me ocurrió que sería más seguro enseñarle los límites de la misma. Para eso, pensé que sería bueno animarla a que gateé apuntando hacia los bordes de la cama, sosteniéndola para que no tuviera miedo cuando sus piernitas empezaban a colgar hacia el piso. Para mi sorpresa, se emocionó mucho cuando sus pies llegaron al suelo y pudo mantenerse erguida apoyándose con sus manos en la cama. Repetimos el proceso varias veces más hasta que me animé a soltarle la mano por vez primera. Cuando se deslizó para bajarse por veinteava vez dejé de sostenerla dejando mi mano a 1 mm de distancia, un pequeño paso para papá y la primera gran aventura en el aprendizaje de mi hija.