miércoles, 24 de agosto de 2016

Las joyas de mi princesa


Lo que empezó como un trabajo, se transformó en un juego, luego en un misterio, después en mucho aprendizaje y al final en una sorpresa que me dejó perplejo.

Teniendo en casa un bolsón de arena siempre listo para usar, en reparaciones o trabajos de albañilería, el sábado pasado lo usamos para recargar su arenero móvil. Pero como a simple vista se notaban algunas piedritas mezcladas, jugamos a buscar piedras con la zaranda.

Para mi sorpresa, encontramos una gran variedad de diferentes colores y formas. Para ampliar nuestros conocimientos gemológicos, traté de buscar las mismas en internet para ordenarlas en los envases de huevitos vacíos que trajo mi hija y etiquetarlas con su correspondiente nombre.

Después de mucha investigación en google, llegué a la conclusión de que seguía sin la menor idea de los nombres de las piedras que queríamos catalogar. Así que intenté indagar con otros criterios de búsqueda y logré encontrar una respuesta coherente.

Las pequeñas piedras preciosas que encontramos en nuestro bolsón de arena eran en realidad pequeños pedazos de vidrios de diferentes colores; que el mar, la sal y la arena se encargaron de pulir las puntas cortantes y darles forma de canto rodado. También aprendimos que la naturaleza, tarda al menos diez años en erosionar ese vidrio y que gracias a las políticas orientadas al reciclaje, son cada vez más raras.

Por un instante, me detuve a pensar en mi infancia. Específicamente en el día en que se me ocurrió preguntar acerca del origen del vidrio. Como en mi casa ni en mis libros encontré la respuesta, salí a preguntar en los negocios que vendían algún artículo de vidrio. En el último local, una vidriería enorme, la primera respuesta fue que el vidrio se hace con vidrios rotos. Como lo miré con cara de suspicacia y me crucé de brazos, se fue a consultar al fondo con otros empleados y después de un arduo debate, el más experimentado me dio una respuesta que ese día me conformó - "El vidrio se hace fundiendo la arena de mar con otros componentes".

Esto me hizo reflexionar en el ciclo de la arena, en sus kilómetros recorridos y en la manera tan particular de volver a su lugar de origen.

Si bien no teníamos piedras preciosas, me alegró que al menos fueran raras y bonitas. Así que seguimos con nuestro trabajo. Teniendo en cuenta su origen y su recorrido, decidí bautizar a las joyas que encontró mi hija con nombres acordes.

Piedras verdes: Heinekecita
Piedras marrones: Quilmenita
Piedras negras: Fernetane Brancadoide
Piedras blancas: Quarsolut

En 20 años, tal vez mi hija se acuerde de este día y se le despegue una sonrisa lateral.





¿Cuándo dejará de ser bebé?

La veo crecer todos los días y me invade esta pregunta que me aterra. ¿Cuándo dejará de ser una bebé y tendré que llamarla nena?

Tal vez el año que viene cuando empiece el jardín obligatorio, capaz cuando se quede a dormir en lo de alguna amiguita o quizás cuando convierta su cuna en cama.

Mi hija se sigue refiriendo a los infantes de su edad como bebés y a los que la superan varios meses en edad nenes o nenas.

Pero la duda acerca de este límite, me llena el futuro de preguntas sobre cuando comenzará su segunda infancia.

¿Cuando aprenda a atarse lo cordones sola? Seguirá usando zapatillas con velcro.
¿Cuando yo deje de contar su edad en meses? Seguiré aprendiendo los múltiplos de 12.
¿Cuando ya no entre en su triciclo? Lo transformaré en monopatín.

Las preguntas sin respuestas se acumulan y me hago una promesa, nunca dejará de ser mi bebé.

martes, 23 de agosto de 2016

Juegos que ayudan

Con fiebre alta, congestión, tos y falta de sueño; no hay nada que le venga bien. Era imposible hacerle entender que tomara el antitérmico.

Después de contar hasta diez, me puse a lavar todos los vasitos medidores que teníamos guardados. Los dispuse en su mesita con una jarrita de juguete con jugo, algunos platitos y cucharitas. Senté alrededor a su muñeca preferida, a sus dos osos y comencé con la ceremonia del té.

A los pocos segundos dejó de berrinchear y se sumó a la ronda. Después de varias degustaciones, su felicidad apareció y le serví el remedio sin que se diera cuenta.

De más está decir que lo tomó y lo saboreó con una sonrisa.

jueves, 18 de agosto de 2016

Matemáticas de bebés

Estas son las reglas matemáticas que mi hija me hizo volver a recordar durante nuestras actividades cotidianas.


Regla de tres simple
  • A mayor dominio de su triciclo, mayores mis gotas de transpiración.
  • A mayor acumulación de sueño, mayor el volumen del berrinche.
  • A mayor estatura de mi hija, mayor la montaña de cosas arriba de los muebles.

Regla de tres inversa
  • A mayor peso, menor el tiempo que dura el upa.
  • A mayor frecuencia de pipí nocturno, menores mis ganas de darle mamadera antes de dormir.
  • A mayor cantidad de chicos en la plaza, menores sus ganas de irse.


Regla de tres compuesta
  • A mayor cantidad de comida, mayor cantidad de pañales y mayor las ganas de que los vaya dejando.
  • A mayor largo de sus bracitos, más despejada la zona perimetral de la mesa y mayor el tamaño de del rompecabezas de cosas que tenemos por centro de mesa.
  • A mayor velocidad, mayor tamaño de chichones y mayor producción de hielo durante el invierno.

Regla de tres compuesta inversa
  • A mayor cantidad de juguetes, mayor el desorden y menor las ganas de ordenar.
  • A mayor tamaño, menor lugar en la cama y menor la cantidad de mis horas de sueño.
  • A mayor cantidad de comidas probadas, menor la cantidad de comidas que le agradan y menor la variedad de nuestra dieta.
La regla de oro

Dormir cuando ella duerme, me la sigo repitiendo mientras escribo esto.

Canciones para dormir en serio

Una de las primeras cosas que mi hija quiso de verdad, es que yo dejara de cantarle. Cada vez que empiezo a cantar, enseguida busca mi celular para que le busque la misma canción pero cantada por un artista de verdad. A veces incluso me adivina la intención y me tapa la boca antes de que empiece.

Si bien nada de esto me saca las ganas de seguir cantando, hay días en los que nos gusta disfrutar de escuchar música juntos. Incluso, si la música es media tranquila, ayuda a que se duerma plácidamente.

Ayer, intentando que duerma a una hora prudencial y habiendo agotado otras opciones, me rindo ante la tecnología y nos sentamos en el sillón a escuchar Noni Noni.

A mitad de la tercera vez, todo parecía encaminado y me relajé un rato hasta que el sueño de ella se profundice un poco más.

En algún momento de mi relajo, escucho -¡Papá! ¡Papá!. Abro los ojos y después de sincronizar mi cerebro, me doy cuenta que la canción había funcionado muy bien, pero sólo conmigo.

lunes, 15 de agosto de 2016

Arte culinario

¿Qué es el arte? Todas las creaciones plásticas, lingüísticas o sonoras del ser humano para expresar su visión del mundo. 

Bajo esta premisa, al primer llanto de mi hija en la sala de parto, puedo considerarlo su primer expresión artística.

A lo largo de sus primeros años de vida, fui testigo privilegiado de varios tipos de sus manisfestaciones relacionadas al arte visual. Pero, las que más me llamaron la atención fueron las relacionadas a la manipulación alimentaria.

Pinturas estrelladas

Al finalizar su primer año de vida, tuvo una ocurrente forma de comunicarnos que no quería seguir comiendo papillas. Como tratábamos de variar los tonos con diferentes ingredientes para que la misma fuera también apetecible a los ojos; la pared sur de la cocina quedó totalmente impactada por las constelaciones de remolacha, la nebulosa del zapallo, la vía brócoli y la galaxia de la batata.

Cara de pizzeta

Para que amasar pizza fuera todavía más divertido, empezamos a hacer monigotes de pizzetas. Con sonrisa de tomate, ojos verdes de aceituna, piel morena integral, cachetes de salsa, dientes de muzzarella, pelo de reggianito, pecas de orégano, orejas de cebolla y bigotes de morrón. Mi hija me detiene para que la pizzera todavía no vaya al horno, me indica que le faltan las manos, los hombros, la panza y los pies. Ya que estábamos le hicimos una remera de jamón y unos pantalones de Kani-kama, para que no tenga frío...



Ser chipá o no ser chipá

Más avanzados en nuestras tardes de cocina, mi hija se aburre de la clásica manera de amasar los chipacitos y comienza a darles forma de tortas con velitas de cumpleaños.Yo le seguí el carro e hice algunas con forma de barquitos a vela. Cuando nos cansamos de comer, llevamos las restantes al almacén para compartir. La almacenera, al terminar de degustar una, le comenta a una clienta que miraba con desdén, lo rico que estaba. La asidua compradora, objeta que eso (nuestra receta de cuarta generación) no era ni parecía chipá. Sin entrar en polémicas interminables seguimos nuestro feliz camino, pero a la noche, no dejé de preguntarme -¿corazón chipá o cara de chipá? ¿Es arte si se siente o si alguien le cuelga un cartel que diga arte?-








Compendio de Malas ideas

El primer sueño que tuve el día que nación mi hija, fue que en la clínica me entregaban un hermoso manual en tapa dura y tamaño enciclopédico para educarla, obviamente las páginas estaban en blanco.
Este espacio está destinado a recopilar las ideas que no aprobaron el filtro de prueba y error. Supongo que lo seguiré actualizando a medida siga arrancando las hojas del manual de papá que sigo escribiendo.
  • Pintar con témperas y pincel los caracoles marinos que juntamos durante el verano, todo muy lindo e higiénico, hasta que descubrió que es más práctico hundir las piezas y que cualquier cosa se podía sumergir en la témpera.
  • Entrar a una juguetería con mi hija. Siempre salimos muy rápido, acompañados de algún juguete caro que recién va a poder usar dentro de algunos años.
  • Dejarla sola con un plato con comida que no tiene intención de comer. Si van a probar una nueva comida y se les olvidó el tenedor o el babero, asegúrense de llevar el plato con ustedes.
  • Si tiene fiebre y hay que ayudar a bajar la temperatura con un baño. No dejen que intente usar el termómetro digital para saber la temperatura del agua. Intenten medir la misma en algún sitio que ella no mire. El sistema electrónico es muy susceptible a zambullidas completas.
  • Dejarla de bebé que salte sobre mi panza o que camine sobre mi espalda. Nunca olvidar que ellos crecen en tamaño y fuerza.
  • Salir a saltar charcos de lluvia cerca de la tierra. Cuando vio que las gotas de barro la pintaban, no paró hasta quedar como huevo de pascua.

sábado, 13 de agosto de 2016

Cuando la naturaleza entretiene

Cosas divertidas que disfrutaba hacer de chico y ahora me divierte ver disfrutarlas a ella.

Soplar dientes de león

Mi hija los sopla a contra viento para que le acaricien las mejillas y no para de reírse.
De chico les llamaba "panadero". Cuando me aburría de contribuir con la diseminación de dicha especie, hacía honor a su segundo nombre y me comía las semillas como si fueran pancitos.

Atrapar luciérnagas

El día que los descubrió, mantuvo su mejor cara de asombro por un buen tiempo. Al rato, desempolvé mi manual de la niñez y me dispuse a agujerear la tapa de un frasco vacío para fabricarles un cubil a los bichitos de luz. Apagamos todas las luces de la casa, los guardamos para disfrutarlos por un rato y luego los liberamos para que sigan buscando pareja. ¡Adiós bichito de luz!

Jugar con bichos bolita

Nada más divertido que agarrar bichos bolita y hacerlos rodar. Ella los imita y se pone a dar vueltas sobre el césped del patio.

Recolectar lombrices

En mi infancia las buscaba para pescar. Ahora le enseño a mi hija a trasplantarlas hacia la huerta para mejorar el suelo de nuestras verduras orgánicas.

Alimentar a los sapos

Gracias al Sapo Pepe, mi hija juega al trencito saltarín copiando el movimiento de los rugosos anuros. De a poco la entreno en el extinto arte de alimentar sapos con los saltamontes que cazamos durante el atardecer.

Cosechar (y probar) frutillas silvestres

Esto es algo que nunca tuve la oportunidad de hacer en mi niñez. La encuentro a mi hija con los labios rodeados de residuos colorados, rápidamente encuentro el origen de los frutos, les saco una foto y los busco en internet. Respiro aliviado cuando me entero que son comestibles y me animo a seguir los pasos de mi hija.
No recuerdo haber probado en mi vida algo tan insulso y al mismo tiempo tan vistoso.

Brincar al otoño

¿Hay cosas más divertidas que saltar sobre colchones de hojas secas? Mi hija todavía no llegó a ese nivel, pero se desenvuelve muy bien salticando felicidad por las veredas alfombradas por las hojas ocres de los plátanos.

Lluvia del suelo

Habían pasado unos días de su primer cumpleaños y una tormenta feroz arruinó nuestros planes de pileta. Cuando amainó, le puse su piloto amarillo, la llevé a upa hasta la zapatería, le compré unas botas rosas talle 23, dejamos las zapas que tenía puestas en el negocio y nos fuimos a colonizar charcos de agua. Confieso que me dieron muchas ganas de volver a ser chico y acompañarla.
Y si, quedamos los dos con los pantalones teñidos de agua.

No papá, ¡Sí papá!

¡No pintes las paredes!(Ya no lo digo mucho igual, sólo queda en blanco lo de detrás de los muebles)
¡No desarmes los rollos de papel higiénico!(actividad común y repetitiva en el maternal)
¡No te acerques al horno!(Quiere que el budín se cocine en segundos)
¡No abras la heladera!(Ya sabe donde guardamos los chocolates)
¡No te subas arriba de la mesada! (En segundos arma una escalera con lo que tiene a mano)
¡No cierres las puertas! (Tengo el 99,99% de las uñas de las manos tatuadas con portazos)

A pesar de explicarle después el por qué no debería hacer tal o cual cosa, la palabra "no" se le quedó tan grabada, que la semana pasada se la añadió a todas sus respuestas. Fueron días realmente frustrantes, no había explicación que valiera la pena desarrollar y mi hija se había forjado un escudo con la leyenda ¡No papá! escrita en el frente.

Fútilmente probé la psicología inversa. Intenté el si, no, si, no, si, no, no, se quedaba pensando un segundo y me volvía a decir no. Tampoco sirvió hacer un esfuerzo sobrehumano para reestructurar mi forma de hablar y dejar de usar la palabra "no", el daño ya estaba hecho.

Unos días más tarde, se me ocurrió un nuevo juego al que llamé ¡Sí papá!. Consistía en proponerle actividades que normalmente hacemos y le divierten, pero para hacerlas antes debíamos bailar una danza de saltos al grito repetitivo de ¡Sí papá!. El juego finalizaba con un sapucai que se le ocurrió a mi hija.

Al día siguiente, después de jugar con los bloques, le pedí que los ordenara y me respondió que no. Así que empezamos a jugar como el día anterior. Tras un rato de baile, brincos y luego del enésimo - ¡Sí papá!, le pregunto - ¿Vas a ordenar los bloques? ¡¡¡¡¡SÍ PAPÁ!!!!!!


jueves, 11 de agosto de 2016

David y Goliat

"Para que pueda surgir lo posible es preciso intentar una y otra vez lo imposible." H. Hesse

En las vísperas de su primer cumpleaños, practicamos durante un mes apagar las velitas. Al momento de la verdad, la enorme cantidad de asistentes desvió tanto su atención que la faena fue cumplida por varios de los niños presentes. 

Para su segundo año de vida, ya era toda un experta en la materia. Direccionaba con asombrosa puntería hacia cualquier tipo de llama desde una distancia apropiada para que no pierda fuerza su poderoso soplido. Con el mayor de los respetos hacia fuego, siempre acomoda sus cabellos sueltos detrás de sus orejas y no se acerca más de lo necesario. 

Tanto en la fiesta del maternal como en la familiar, estaba tan contenta con su torta y la corte de felices observantes, que en sendas oportunidad le ganaron de mano sus ansiosos compañeritos y primos.

Creo que todo esto, pasó por la cabeza de mi hija mientras miraba como encendían el enorme cirio pascual durante un bautismo al que asistimos.

No le importó que estuviera a quince metros de distancia, ni que la llama se encontrara a tres metros de altura. Mi hija se pasó los veinte minutos que duró la ceremonia intentando apagar a diestra y siniestra la lumbre que asomaba al final del fastuoso cilindro. Incluso cuando le expliqué que estaba muy lejos para apagarla, lejos de amilanarse comenzó a vociferar bocanadas de tormentas huracanadas.

Cuando el sacerdote dio por teminada la ceremonia, mi hija pidió upa y nos dirigimos hacia la vela tamaño goliat. Cuando la tuvimos enfrente, ella estaba tan absorta en su objetivo, que mientras seguía soplando, no se percató de que por detrás, media tapada por el atril, una asistente apuntaba con pericia su apagavelas.

En su último resoplo, la llama desapareció y le siguió un bravo acompañado de un sonado aplauso. 

No sé si mi hija vivía con la frustración de no haber podido haber apagado sus primeras velitas de cumpleaños, pero estoy seguro que nunca va a olvidar la felicidad de haberle ganado la batalla a la madre de todas las velas.