Con el tiempo, entendí que fue un hecho fortuito e involuntario. Su primera palabra intencionada, vino poco tiempo después.
Las primeras vacaciones largas en familia, fueron luego de que ella cumplió los dos años. Dos semanas con mi familia y un mes con la familia de mi esposa. Fue en esta época, que mi hija descubrió que mi nombre de pila no era papá. Al poco tiempo de haber vuelto de las vacaciones, a mi hija se le dio por empezar a llamarme por mi verdadero nombre. Tengo que confesar que cada vez que lo mencionaba, era como si usase mi pecho como tiro al blanco de dardos paralizantes.
Viajando en el subte decía mi nombre: mi sonrisa se desvanecía y me sentía como el tío lejano y copado. A la salida del maternal me buscaba entre la muchedumbre, se le dibujaba felicidad entre sus labios, corría a mi encuentro con los brazos abiertos, nos fundíamos en un abrazo interminable, me miraba fijo a los ojos y decía :¡Hola....(mi nombre)! De repente todas las madres me miraban con desaprobación. La situación me destrozaba de a poquito y la esperanza de que volviera a llamarme papá, se diluía cada día un poco más.
Después de pasar una semana sin dormir, tomé al toro por las astas. Muy amablemente, le solicité a todos los que tienen contacto con nosotros que me comenzaran a llamar papá frente a mi hija. Así la panadera, el verdulero y la almacenera comenzaron a llamarme ampulosamente papá. Mi esposa, mis hermanos, mis sobrinos me llamaban papá. Hasta mi papá me decía papá...
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