domingo, 24 de julio de 2016

Bendito tu eres

No descarto que haya que celebrar las diferencias, pero a veces el hábito, genera una nube que nos distrae y éstas, desaparecen.

Dado su alto y precoz desarrollo sensorio motriz, una especialista nos recomendó enviarla  con urgencia a un maternal. Luego de una semana de intensa búsqueda, llegamos a la conclusión que el jardín maternal más cercano estaba a 20 km de distancia (o  lo que es lo mismo, a un lejanía equivalente a tres localidades).

Apenas nos confirmaron la vacante por la mañana, nos reorganizamos para empezar uno de los capítulos más interesantes de nuestras vidas.

Después del período de adaptación, me dí cuenta que tenía 3 horas y pico para mí. El primer impulso fue pensar en todo lo que podía hacer en casa, pero el distanciamiento me obligó a buscarme una actividad por los alrededores del colegio. Me incliné por el gimnasio que quedaba justo enfrente.

Era la onceava vez que empezaba a ir al gimnasio, pero en las otras etapas anteriores de mi vida siempre lo hice después de las 18 hs, donde siempre hay que romper una inquebrantable inercia para salir de la comodidad hogareña.

Al principio intenté en vano que tres horas entrenando mi cuerpo con aparatos fueran entretenidas, pero al poco tiempo entendí que primero tenía que entrenar mi cabeza para que aprenda a divertirse matinalmente.

El primer paso fue ir a las clases de Stretching. Unas semanas después ya no era tan tortuoso cortarme las uñas de los pies, para atarme los cordones levantaba el pie en vez de acuclillarme y tenía mayor maniobrabilidad cuando volvía a casa con mi hija a upa y el bolso a cuestas.

El otro paso fue el más difícil, porque la verdadera diversión estaba en los pisos superiores, colonizados íntegramente por el género femenino. El día que apoyé mi pie derecho sobre el primer escalón, los pocos congéneros que pululaban la planta baja me miraron como si estuviera partiendo a un viaje exótico e imaginario.

Cuando entré al salón, me acomodé rápido cerca de la puerta de escape saludando con la voz paralizada. A medida que empezó a sonar la música, mi cuerpo agradeció la flexibilidad que tonificaba mi ritmo. A los pocos minutos, mi mayor preocupación era seguir los pasos y tratar de descontracturar mi sonrisa. Al tercer tema, ya había desaparecido cualquier indicio de incomodidad mía y ajena.

La total apropiación de la situación, la evidencié mientras hacía fila en el supermercado. Desde algún lugar, aterrizó en mis oídos uno de mis temas preferidos, mi pies empezaron a tirar los pasitos disimulados de una de las coreografías y mi hija sentada en el changuito me empezó a copiar.

Un comentario de una mamá a su hija, me hizo notar que las clases estaban dando sus frutos, despacito le dijo: ¡Están bailando Zumba!

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