jueves, 11 de agosto de 2016

David y Goliat

"Para que pueda surgir lo posible es preciso intentar una y otra vez lo imposible." H. Hesse

En las vísperas de su primer cumpleaños, practicamos durante un mes apagar las velitas. Al momento de la verdad, la enorme cantidad de asistentes desvió tanto su atención que la faena fue cumplida por varios de los niños presentes. 

Para su segundo año de vida, ya era toda un experta en la materia. Direccionaba con asombrosa puntería hacia cualquier tipo de llama desde una distancia apropiada para que no pierda fuerza su poderoso soplido. Con el mayor de los respetos hacia fuego, siempre acomoda sus cabellos sueltos detrás de sus orejas y no se acerca más de lo necesario. 

Tanto en la fiesta del maternal como en la familiar, estaba tan contenta con su torta y la corte de felices observantes, que en sendas oportunidad le ganaron de mano sus ansiosos compañeritos y primos.

Creo que todo esto, pasó por la cabeza de mi hija mientras miraba como encendían el enorme cirio pascual durante un bautismo al que asistimos.

No le importó que estuviera a quince metros de distancia, ni que la llama se encontrara a tres metros de altura. Mi hija se pasó los veinte minutos que duró la ceremonia intentando apagar a diestra y siniestra la lumbre que asomaba al final del fastuoso cilindro. Incluso cuando le expliqué que estaba muy lejos para apagarla, lejos de amilanarse comenzó a vociferar bocanadas de tormentas huracanadas.

Cuando el sacerdote dio por teminada la ceremonia, mi hija pidió upa y nos dirigimos hacia la vela tamaño goliat. Cuando la tuvimos enfrente, ella estaba tan absorta en su objetivo, que mientras seguía soplando, no se percató de que por detrás, media tapada por el atril, una asistente apuntaba con pericia su apagavelas.

En su último resoplo, la llama desapareció y le siguió un bravo acompañado de un sonado aplauso. 

No sé si mi hija vivía con la frustración de no haber podido haber apagado sus primeras velitas de cumpleaños, pero estoy seguro que nunca va a olvidar la felicidad de haberle ganado la batalla a la madre de todas las velas.

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