Cuando me golpeo el dedo pequeño del pie izquierdo contra el canto filoso de la pata de la cama, ahora frunzo los labios haciendo una mueca que a mi hija le causa mucha gracia, pero si el dolor es insoportable y la necesidad de gritar se vuelve incontenible me sale un -¡Barajo!, el día que a mi hija se lo ocurra repetir esta palabra, sacaré los naipes españoles y le enseñaré a barajar.
El la calle, cuando escucho a algún transeúnte que empieza a decir una palabrota, instintivamente me sale un onomatopéyico -¡PPPIIIIIIIIIIPPPPPP!!- o un -¡EEEAAAPEPE!!!-, similar a los que se usan en los programas radiales o televisivos.
A mi entender, el problema mayor son los dibujitos animados. La única táctica viable en mi lucha por la educación de su idioma es seguir al pie de la letra el dicho "Si no puedes contra ellos, úneteles" convirtiéndome en un "Doblador de doblaje de español neutro". Entonces cada vez que escucho uno de estos vocablos, yo lo reemplazo por el otro.
- Pastel/Torta
- Melocotón/Durazno
- Palomitas/Pochoclo
- Fresas/Frutillas
- Autobús/Colectivo
- Tu/Vos
- Tortitas o hotcakes/Panqueques
- Perritos calientes/Panchos
Ayer repetí 8 veces panqueques, 6 veces torta y dos veces panchos. Ser un papá que que dobla los dibujitos es una actividad que me despierta el apetito, o como decimos por acá, me despierta el hambre.
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