lunes, 3 de octubre de 2016

Lo que dejó Río2016

Después de tres semanas de consumo intensivo de las diferentes disciplinas deportivas, empiezo a ver los efectos colaterales en el comportamiento de mi hija.

El primer indicio fueron los saltos ornamentales desde la panza de papá hacia el sospechoso montón de almohadas y almohadones. Cuando sostuvo el equilibrio inclinó su cabeza ligeramente hacia a arriba, levantó los brazos hacia los costados, entrecerró los ojos e hizo una zambullida en caída libre.

Después de ver a Simone Biles hasta el hartazgo, intentaba saltos y piruetas muy divertidas.

Lo más llamativo fue que mientras estábamos en el jardín, fue a buscar la manguera, la usó para marcar la línea de salida, se agachó, apoyó las manos adelante, contó hasta tres y salió corriendo como Usain Bolt dando vueltas alrededor del tender. Ahí tocó mi corazón melancólico, un cuarto de lágrima dibujó un círculo en mis ojos, mientras recordaba mis días en competencias de alto rendimiento y aspiraba a ser como Carl Lewis "el hijo del viento".

-¡Vamos papá! y comencé a dar vueltas con ella, preguntándome si los sueños se heredan genéticamente  y feliz de que sus piecitos sigan al menos por un rato mis pasos.



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