miércoles, 21 de septiembre de 2016

El día que no sobró relleno de empanada

El día que hacemos empanadas, es porque cuando abrimos la heladera lo que hay no alcanza para ninguna comida que se valga por sí sola. Sólo la fuerza del montón, desvía el camino de nuestra elección hacia un perfecto rejunte de ingredientes que reviven de sabor, amontonados y envueltos en (una especie de finísimo) pan.

Siempre que hay movimiento en la cocina, mi hija se agencia un lugar en primera fila para participar de la parafernalia. Hoy toca hacer empanadas y el relleno, siempre abundante para que no falte, ya lo tengo listo. La tarea preferida de ella es desmontar los films separadores de las tapas. Se dedica tanto a la faena que el calor de sus manos se diluye en la masa y le proporciona una elasticidad inusual.

A la hora de repulgarlas, me doy cuenta que el relleno parece poco y les agrego un poco más. Al finalizar las usuales quince empanadas las pinto con huevo y las pongo en el horno. Luego, instintivamente agarro la cuchara, la meto en el bowl en busca de un poco de relleno para probar como quedó el "sabor final" y por primera vez en mi vida sale vacía.

Después de la sorpresa inicial, entiendo que las manos mágicas de mi hija, hicieron que desaparezca entre las tapas de empanadas todo el relleno. Que siempre hago de más para que nunca falte y poder degustar durante la espera.

La próxima voy a hacer un par sólo de queso para asegurarme la "picadita" entre el repulgue y la empanada.



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