viernes, 30 de septiembre de 2016

Hamaca para caracoles

La mejor forma de pasar el día, es integrar el trabajo mío con las ganas de jugar de mi hija. Aprovechando el inusual calorcito matinal, empecé temprano a excavar una zanja de desagüe en una zona donde el terreno está relleno de escombros. A mi hija le traje su arenero móvil acompañado de las copias en miniatura de las herramientas de papá; baldes, pala, rastrillo, carretilla y zaranda.

A medida que avanzaba la faena, fuimos encontrando grillos, arañas, bichos bolita, más arañas de otras especies, hormigas, un sapo y caracoles. Los grillos se escaparon solitos, a las arañas las espantamos a soplidos, los bichos bolita volvieron a rodar la vida, las hormigas siguieron su camino y al sapo lo mudamos a una casita que le construimos cerca de los perejiles de la huerta.

Le llamó la atención que los caracoles estuvieran quietos, así que le expliqué que estaban dormidos. Enseguida junto varias piedritas, formó un rectángulo y acostó a los tres. Al rato empezaron a asomar, supongo que para ver quién era la persona que no paraba de decir -¿Caracoool, Dónde estáaas?.

Luego de otro metro y medio de zanja, mi hija sale corriendo para el fondo con los caracoles en un balde. Medio metro de zanja después, las risas de mi hija despiertan mi curiosidad.

Colgó la palita alta con portaescoba sobre el tender a casi dos metros de altura, sentó a sus caracoles y los empezó a hamacar. Mi hija me miraba con sus ojos sonrientes que decían - ¡Mirá papá lo que hice!. Entre asombrado, orgulloso y contagiado por su felicidad; me uní al juego de hamacar a los caracoles, que parecían más felices que yo.

El problema fue cuando ella dijo: ¡Mi turno!!!


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