Con fiebre alta, congestión, tos y falta de sueño; no hay nada que le venga bien. Era imposible hacerle entender que tomara el antitérmico.
Después de contar hasta diez, me puse a lavar todos los vasitos medidores que teníamos guardados. Los dispuse en su mesita con una jarrita de juguete con jugo, algunos platitos y cucharitas. Senté alrededor a su muñeca preferida, a sus dos osos y comencé con la ceremonia del té.
A los pocos segundos dejó de berrinchear y se sumó a la ronda. Después de varias degustaciones, su felicidad apareció y le serví el remedio sin que se diera cuenta.
De más está decir que lo tomó y lo saboreó con una sonrisa.
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