sábado, 13 de agosto de 2016

No papá, ¡Sí papá!

¡No pintes las paredes!(Ya no lo digo mucho igual, sólo queda en blanco lo de detrás de los muebles)
¡No desarmes los rollos de papel higiénico!(actividad común y repetitiva en el maternal)
¡No te acerques al horno!(Quiere que el budín se cocine en segundos)
¡No abras la heladera!(Ya sabe donde guardamos los chocolates)
¡No te subas arriba de la mesada! (En segundos arma una escalera con lo que tiene a mano)
¡No cierres las puertas! (Tengo el 99,99% de las uñas de las manos tatuadas con portazos)

A pesar de explicarle después el por qué no debería hacer tal o cual cosa, la palabra "no" se le quedó tan grabada, que la semana pasada se la añadió a todas sus respuestas. Fueron días realmente frustrantes, no había explicación que valiera la pena desarrollar y mi hija se había forjado un escudo con la leyenda ¡No papá! escrita en el frente.

Fútilmente probé la psicología inversa. Intenté el si, no, si, no, si, no, no, se quedaba pensando un segundo y me volvía a decir no. Tampoco sirvió hacer un esfuerzo sobrehumano para reestructurar mi forma de hablar y dejar de usar la palabra "no", el daño ya estaba hecho.

Unos días más tarde, se me ocurrió un nuevo juego al que llamé ¡Sí papá!. Consistía en proponerle actividades que normalmente hacemos y le divierten, pero para hacerlas antes debíamos bailar una danza de saltos al grito repetitivo de ¡Sí papá!. El juego finalizaba con un sapucai que se le ocurrió a mi hija.

Al día siguiente, después de jugar con los bloques, le pedí que los ordenara y me respondió que no. Así que empezamos a jugar como el día anterior. Tras un rato de baile, brincos y luego del enésimo - ¡Sí papá!, le pregunto - ¿Vas a ordenar los bloques? ¡¡¡¡¡SÍ PAPÁ!!!!!!


No hay comentarios:

Publicar un comentario