domingo, 27 de marzo de 2016

Tácticas y Estrategias

Cuando dejar de insistir es el mejor remedio.

Fiebre alta, falta de apetito y una molestia apenas perceptible en el oído derecho. Eran casi las dos de la mañana, a mi entender, la mejor hora para ir a la guardia pediátrica. A la madrugada, casi nadie va a la guardia, si es una verdadera emergencia el protocolo es otro. Entre los beneficios principales, podemos destacar que no hay otros chicos, esto se traduce en que se reduce drásticamente la posibilidad de que mi hija se pueda contagiar de algo nuevo durante la espera, espera que obviamente es casi inexistente, factor por el cual volveremos con mayor celeridad al cobijo de nuestra casa, dado que el tráfico típico de hora pico está descansando en algún garage.

Luego de escuchar su nombre, mi hija se acerca a la puerta del consultorio y golpea tres veces, le sonríe a la doctora, se trepa hasta la camilla y se acuesta. Si bien es algo que esperaría de mi hija, me quedo atónito cuando, abre la boca y saca la lengua al momento que la doctora se acerca con su mini linterna. Para seguir sorprendiéndome, gira sin su cabeza para que le revisen sus oídos y levanta su remera para que la ausculten. Todo esto sin resistirse y con una sonrisa.

No existe táctica ni estrategia que pueda comprar un momento como este, fue la primera vez que no se resistió a un control médico. Mi buena fortuna me acompañó hasta llegar a casa, mi hija me acechó desde que entramos hasta que preparé el antibiótico abananado y se acomodó en el sillón con su dosis de felicidad, a degustar hasta el fondo una pronta recuperación.

El otro día empezó tres horas después con 39° C de temperatura, le siguió un baño tibio con el agua a 37° C que voy bajando gradualmente hasta que llega a los 30° C. Pero el verdadero desafío, fue el momento de darle el antitérmico. Luego de media hora de seguirla hasta cada rincón de la casa, se recluyó en su cuna a jugar. Diez minutos después me llama preocupada porque su peluche preferido se atoró en el barral de la cuna.

Me acerco pensativo, miramos juntos el problema y le explico que papá se va a encargar de resolver la situación. Disimuladamente, le pido que me sostenga el vasito dosificador y dedico todos mi esfuerzos a rescatar a su osito. De reojo, miro a mi hija que con cara de curiosa preocupación, estiraba su cuello para ver las maniobras de rescate apoyando su codo derecho sobre el respaldo. Molesta porque tenía la mano ocupada, se toma el contenido del vasito y lo deja apoyado por ahí.

Respiro aliviado y al segundo empiezo a imaginar un escenario parecido dentro de algunas horas. Aunque la realidad es que con mi hija, las estrategias, nunca funcionan una segunda vez. Mi única táctica es quererla y acompañarla con una paciencia omnipresente e infinita.


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