domingo, 20 de marzo de 2016

Los juegos que compartimos juntos

Es un lindo momento cuando descubro juegos o actividades que disfrutamos los dos.

El primer lugar debería estar ocupado por la burbujorología. En los últimos meses, desarrollé esta ciencia al punto de volverme casi un experto. Todavía recuerdo con cierta vergüenza el día en que se me ocurrió mostrarle a mi hija cómo eran las burbujas. Busqué durante una hora un pedazo de alambre, era tan grueso y estaba tan oxidado que a duras penas pude armar algo parecido a un círculo primo segundo de un triángulo. La mezcla de agua jabonosa era pésima, las pompas apenas duraban un pestañeo, el índice de natalidad daba escalofríos y el tamaño seguramente no alcanzaba para participar en ningún campeonato vecinal.

A pesar de ese vergonzoso inicio, mi hija irradiaba felicidad. Saltaba para agarrarlas, las soplaba para que no caigan, las perseguía hasta que se desvanecían y muchas tardes desde entonces, las animamos con frágiles esferas de jabón.

La historia de la burburología familiar desde sus inicios arcaicos ha pasado por varias etapas. La Era del Alambre y el Detergente, caracterizada por un empate técnico entre la prueba y el error. Seguida de la Era de la Revolución Burburológica, necesaria ante la seguidilla de fallos de la artesanía parental, la adquisición compulsiva de mini fábricas de burbujas asoló de heridas jabonosas los pisos de nuestra casa. La Era de La Pompifanía fue una verdadera revelación; una mezcla de casualidad, ingenio y curiosidad.

Durante su usual baño vespertino, mientras homogeneizaba mis manos con shampoo J&J formé sin querer un círculo con los dedos pulgar e índice, y quedé perplejo, admirando como se materializó dentro de este círculo, una fina película de agua jabonosa. Lo único que recuerdo luego de ese instante, fue que todos mis pensamientos estaban enfocados en fabricar un perfecto, suave, constante y enérgico soplido.

Todavía puedo dibujar con mi imaginación la cara de asombro de mi hija ante esa super burbuja de casi 25 cm de diámetro. Quedó suspendida un segundo interminable, segundo en el que mi hija tomó el impulso suficiente para saltar de la bañadera llena de agua con su brazo extendido, decidida a capturar a su presa.

Todo recuerdo inolvidable tiene un momento especial que usamos de ancla en nuestra memoria. En este caso no hay dudas, que el ancla, fue la gran cantidad de agua que me empapó y cubrió el piso del baño, cuando mi hija finalmente, acuatizó.



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