martes, 22 de marzo de 2016

Dejando el pañal Tomo II

Desde la prueba de fuego en la exposición de dinosaurios, en general las visitas con mi hija al baño de damas en lugares públicos fueron sin contratiempos. La mayoría de las veces los baños están vacíos. Otras veces hay mamás o abuelas copadas, que nos regalan una sonrisa cómplice, haciendo que el trámite tenga carácter de hábito socialmente correcto.

Igualmente, cuando tenemos la suerte de que la locación disponga de un baño para personas discapacitadas, que generalmente es el lugar donde se encuentra el cambiador de bebés, no lo pienso dos veces. Esos días mi cerebro recibe una dosis de endorfina extra.

Hace un mes, fuimos de shopping con su abuelo paterno. La empleada que nos atendió, se fue a buscar algunos pares de zapatillas a la Antártida. Quince minutos cronometrados después, la campana del pipí empezó a repicar.

Un poco más canchero, con mi hija a upa, solicito a la cajera muy elocuentemente,  las indicaciones para llegar a la zona de sanitarios. Para mi felicidad, los mismos se encontraban justo enfrente del local. Mientras nos encaminamos, escribí un memo mental que archivé en el pilón de pendientes, para que en la próxima visita a un centro comercial, localizar los sanitarios sea la prioridad al entrar.

Al asomarme por el pasillo, veo un panel enorme que estaba señalizado con la palabra nenas al lado de la entrada al baño. Con mi hija saltando de ganas, traté de analizar las situación tranquilamente, pero sólo me quedó tiempo para pensar: "¡Qué baño de chicas más canchero!".

Cuando hago las primeras maniobras de reconocimiento, sentí que estaba dentro de esos sueños donde todo es posible. Enseguida, entré apurado sin pedir permiso al baño de peques. El mensaje era claro, lavamanos a 40 o 60 cm de altura y todos los inodoros tamaño jardín de infantes.

A medida que mi hija seguía el curso natural de sus actividades, a mí me dieron muchas ganas de darle un abrazo al arquitecto o ingeniero que ideó este sanitario familiar.

Saliendo hacia los lavamanos, una señora me mira fijamente con cara de odio e indignación. Yo respondí por unos segundos con una cara de duda y terror. Volví a unir todos los hilos, puse una cara de odiosa suficiencia (que debo admitir disfruté un poco) y con mi mejor imitación de locutor dije: "Este es el baño para niños, osea, para chicos y chicas y yo entré para acompañar a mi hija bebé". La mujer no supo que responder, pero a medida que midió mentalmente los inodoros y notó que estaba demasiado inclinada para que el agua llegue a sus manos; su cara pasó de un blanco marfil a un colorado picadura de hormiga.

Dejó de mirarme fijo a los ojos y sacudiéndose el agua de las manos, salió como flotando hacia el baño de damas. Cuando salimos, me detuve a admirar más tranquilo el panel de entrada. Arriba decía chicas y abajo medio escondido decía chicos, di media vuelta y un aire de reivindicación levantó una sonrisa disimulada en mi cara.

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