miércoles, 30 de marzo de 2016

El poder de la música

La música, fue el idioma que más utilizamos para comunicarnos con nuestra hija mientras anidaba en el vientre materno.

Desde la música que utilizamos en la ceremonia de nuestro casamiento, hasta las canciones que escuchábamos en nuestra adolescencia fueron parte del extenso repertorio que compartimos con ella.

Por otro lado, desempolvé la guitarra, le compré cuerdas nuevas y empecé a aceitar los acordes. También compré una flauta y la aprendí a tocar por mi cuenta, a la semana se me ocurrió ver el manual de instrucciones y tuve que volver a instruirme. El teclado por suerte, fue como andar en bicicleta y todavía tocaba igual las melodías que acompañaron mi niñez.

Cuando nació, probé varias bandas para el momento de dormir. Para mi sorpresa, la única que funcionó fue Queen. Pero no me imaginen balanceándome al son de "Love of my life", sino bailoteando con "Crazy Little Thing Called Love" o "Don´t stop me now". Fueron meses inolvidables.

A medida que crece, desarrolla sus gustos musicales, un tanto exóticos para mi. Nunca fueron de mi agrado las canciones infantiles, pero a fuerza de escuchar y escuchar, mi prodigiosa memoria creó una nueva lista de reproducción lírica, que nos acompaña mientras estamos viajando, intentamos dormir o si queremos bailar.

Hoy canté treinta cuatro veces la canción del mamboretá durante el trayecto hacia el jardín. Alrededor nuestro, los pasajero iban cayendo en un desmayo onírico muy inusual. Entonces pienso que mi voz realmente sirve para dormir, pero mi hija se inmunizó; o se durmieron todos para dejar de escucharme excepto mi hija. La última opción me hace más feliz.

Aceptando que los gustos musicales no se heredan, me hace refleccionar y rezar para que mi hija tampoco herede mi ritmo para bailar ni mis cuerdas vocales para entonar. Pero si la perinola genética se ensaña con su voz, espero que al menos reciba mis ganas irrefrenables de cantar.


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