jueves, 17 de marzo de 2016

Mi hija y yo

Desde que nació mi hija hace poco más de dos años, viví situaciones que, ahora que me puedo dar el lujo de sentarme a rememorar, mi yo de hace 5 años encontraría insólitas e inverosímiles, pero que el distanciamiento con el hecho hace que hoy parezcan divertidas.

Mientras tomo coraje de intentar darle forma de letras a los recuerdos, mi hija me requiere más de lo habitual. Si bien desde que nació siento que ella se está preparando para irse y emanciparse lo antes posible, por ahora me necesita para casi todo. A veces siento que soy una extensión de sus extremidades, a cada obstáculo que le presenta la vida, papá sirve para sortear los problemas o sus limitaciones. Por más que me duela, siempre que sea posible le enseño a pescar, y ella se regocija cada vez que siente que me necesita un poco menos.

Lo primero que recuerdo haberle intentado enseñar y que ella aprendió al instante, fue a bajarse de forma segura de la cama de mamá y papá. Cerca de los seis meses ya se paraba sola, también intentaba gatear y le resultaba más fácil hacerlo hacia atrás. Como le gustaba mucho rebotar en el colchón, se me ocurrió que sería más seguro enseñarle los límites de la misma. Para eso, pensé que sería bueno animarla a que gateé apuntando hacia los bordes de la cama, sosteniéndola para que no tuviera miedo cuando sus piernitas empezaban a colgar hacia el piso. Para mi sorpresa, se emocionó mucho cuando sus pies llegaron al suelo y pudo mantenerse erguida apoyándose con sus manos en la cama. Repetimos el proceso varias veces más hasta que me animé a soltarle la mano por vez primera. Cuando se deslizó para bajarse por veinteava vez dejé de sostenerla dejando mi mano a 1 mm de distancia, un pequeño paso para papá y la primera gran aventura en el aprendizaje de mi hija.

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